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La marcha de los trapos rojos


A propósito de la reciente apertura del Túnel de la Línea, esta crónica que aborda las problemáticas de las personas habitantes en La Línea, quienes sufrieron de manera más cercana que nadie los avances de la construcción.


Por: Luis Gabriel Buitrago Pinto

Docente sede San Rafael


¿Qué diferencia hay entre obra y construcción? ¿qué se inaugura? No puedo desligar la palabra obra de conceptos como belleza o armonía. No puedo evitar pensar en una obra como una alegoría a la vida o una crítica a lo que atente contra ella. Quizá el diccionario no me respalde, pero en mi mente el Túnel de La Línea no es una obra y mucho menos una megaobra. Todo lo contrario.






Esta primera fotografía me resulta profundamente evocadora y significativa. Fue tomada en 2008. Organicé con mis estudiantes una excursión a los alrededores de la sede educativa San Rafael de la institución que lleva el mismo nombre y donde laboro como docente hace ya algunos años. La sede estaba ubicada en el kilómetro 7 de la vía La Línea sentido Calarcá-Cajamarca, hoy reubicada por efectos de la misma construcción (una historia más larga que contaré en otra ocasión).

Nuestra misión era llegar hasta las quebradas San Rafael y La Gata o El Salado (se le conoce con los dos nombres), las cuales vierten sus aguas estrepitosamente sobre el río Santo Domingo dando nombre a lo que se conoce como Chorros de San Rafael. Al llegar a la segunda de ellas, uno de los tres estudiantes que aparecen en la fotografía puso cara de asombro, señaló un punto y dijo: “profe, hace dos años vinimos y a esa piedra la cubría el agua, solo se le veía la punta. Uno no se podía parar en ella”. Es la misma sobre la que aparecen parados.

En 2004 tuve la oportunidad de entrevistar al entonces ministro de Transporte Andrés Uriel Gallego (q.e.p.d) para el medio periodístico en que laboraba en aquellos días. Lo abordé en la catedral de Armenia en el marco de algún acto protocolario. Me puse a su lado como cualquier otro feligrés mientras este hacía gala de su característica devoción y sus escoltas se alteraban un poco por mi cercanía con su protegido. Me le presenté como si nos estuviésemos dando el saludo de la paz. Entonces, me dijo, con afabilidad y en tono confesional, que al día siguiente anunciaría el inició de la perforación del túnel piloto de La Línea.

No tenía idea yo de que años más tarde, eso que consideré como valiosa primicia periodística, nos llevaría como comunidad educativa a requerir a ese mismo Ministerio, a través de diversos mecanismos, por los daños ambientales y las afectaciones a nuestra comunidad educativa; que tendríamos que cancelar clases a falta de agua o que nos abasteceríamos de carrotanques como medida de urgencia sanitaria. El tiempo nos dio la razón, ese hueco que anunció Andrés Uriel se estaba chupando el agua de la quebrada.


Don Tomás y doña Ana


Se turnaban en esa curva conocida como “de RCN”. A veces, si no llovía, se hacían más arriba, donde la curva es más cerrada; para agitar el brazo ondeando el trapo rojo y alertar a los conductores de los peligros ocultos a su campo visual. Sus relevos estaban promediados en virtud de las fuerzas que la edad y la salud les concedía, y los caprichos del clima, habitualmente inclemente en La Línea.


La característica sinuosidad de La Línea propició que muchas personas encontraran un medio de subsistencia. “Dar vía” es una de las comunes, pero está destinada a desaparecer como efecto de la modernización de la carretera.

 

A don Tomás la artritis ya no le permitía una oscilación efusiva de sus extremidades, pese a ello, siempre me ofreció un emotivo buenos días profe y un fuerte apretón de manos. No fueron pocas las veces que charlamos sobre lo que se vendría con la construcción del Túnel de La Línea. “Nos tocará irnos profe, pero a dónde, con esta edad”.



Velas de cebo


Cuenta la historia que logramos armar con mis estudiantes como trabajo de clase para el periódico institucional hace algunos años que, hacia la década de los cuarenta del siglo pasado un conductor de camión descendía por la vía La Línea. Ya los techos de barro de una joven Calarcá le anunciaban su descanso, pero los frenos dejaron de funcionar y el vehículo tomó velocidad. Ante la inminencia del abismo este decidió abrir la puerta y saltar, no sin antes encomendarse a la virgen del Carmen salvando así su vida.



Como muestra de agradecimiento por el favor recibido, la madre del conductor hizo instalar en el mismo lugar del accidente una figura de la virgen del Carmen, blanca inmaculada, bajo una caída de agua que la adornara. El lugar se convirtió prontamente en parada obligada de devotos conductores.



En 1950 doña Sarita de Rojas, quizá aburrida de la violencia en su apogeo, decidió salir de su natal Tolima y establecerse (arrinconarse podría ser el término preciso) en una pronunciada curva de La Línea, misma donde ahora reposaba la estatua.


Allí, a punta de vela literalmente, crió cinco hijos y vio cómo su descendencia, conocida como la familia Sánchez Rojas, crecía a la par del tránsito de La Línea. Se convirtieron en fabricantes de las bujías utilizadas por los trasportadores como ofrendas. El cebo era la materia prima, el cual al consumirse, diferente a la parafina, deja un característico hollín difícil de limpiar. Al paso del peregrinaje la imagen terminó siendo negra, dando nombre a lo que hoy se conoce como la Virgen Negra.


La familia siguió creciendo y las velas no eran suficiente ingreso. Pronto las actividades se diversificaron en ventas y servicio de lavado de automotores. Fue un punto de agitación comercial en la carretera durante décadas, hasta 2010, cuando luego de 50 años se determinó, con un plumazo, que la zona era de “alto riesgo”.




Los exhabitantes de la Virgen Negra hoy se encuentran diseminados por Calarcá y el departamento en general. Pese a que una de las promesas en aquellas primeras reuniones de socialización de la Unión Temporal Segundo Centenario era que serían indemnizados (cosa que se dio) y que finalizado el proyecto serían integrados en los proyectos productivos asociados a la nueva vía (estaciones de servicio, lavado de automotores, restaurantes), esa última promesa quedó en el aire por efecto de la inestabilidad contractual del proyecto, la atomización de la misma comunidad y los rifirrafes entre gobierno y contratistas.

Con algunos Sánchez y con algunos Rojas todavía nos saludamos cálidamente al encontrarnos por la calle. Esos apellidos, junto con los Osorio, fueron usuales en los listados de asistencia de nuestra sede educativa, pero ya no más.


Sierra Morena


Esas casas de la fotografía ya no existen. Los niños y niñas que aparecen en ella acababan de desabordar el trasporte escolar, un lujo que sólo está presente durante el 50 por ciento del año lectivo, eso si se corre con suerte y voluntad administrativa en una burocracia que por lo general resulta paquidérmica.


De Sierra Morena queda solo el nombre y un puñado de habitantes. A los demás se los llevó una línea en un plano que no pudo o no quisieron desviar unos milímetros (unos metros si lo llevamos a escala). Los que se quedaron, a los que dejaron quedarse o no tuvieron que desplazar, no tienen ni las ruinas para el recuerdo. Sobre ellas se erige ahora el muro que permite el tránsito sobre la nueva calzada de La Línea.


En Sierra Morena la nomenclatura de las casas era en todos los casos una seña, una puerta verde, roja, amarilla; unas ventanas grandes, la que queda antes de la casa de mi primo profe, la que está junto a la de mi abuela profe, enseguida del taller de mi papá profe, donde descarga el de la leche profe, pregunte en la tienda profe, hágale derecho y en la tercera finca, pero no se vaya a pasar porque llega a Las Torres profe.


En Sierra Morena los apellidos terminaron mezclándose, así como las procedencias y los motivos para quedarse y enraizar. No hay datos precisos sobre quién inició el caserío o por qué eligió el lugar, lo cierto es que muchos le siguieron y con el tiempo llegó a ser el lugar más densamente poblado a lo largo de la vía La Línea en el lado quindiano.


“Profe, ¿será verdad que van a tumbar Sierra Morena? Profe y los colegios de Calarcá ¿cómo serán?, ¿verdad que en Calarcá los servicios son más caros?” Es que la incertidumbre se fue metiendo como el frío que ataca en la madrugada, que parece o es un sueño y al final termina despertándolo a uno y resulta que sí era frío lo que se tenía. Las respuestas de parte de los constructores eran confusas: “es que todavía no hay diseños definitivos. Lo más seguro es que pasan la vía por otro lado. Esa decisión se demora, tranquilos que los ingenieros están pensando en ustedes”, y de repente “profe, que cuándo puede venir mi mamá por los papeles que porque nos vamos el sábado. Profe, nos vamos a quedar en la casa de tal o de pascual, pero el otro año nos vamos”. Y la incertidumbre y la impotencia de no saber qué hay por delante fue limpiando la rivera de la carretera, fue dejando expedito el camino para las máquinas y el asfalto para la procesión de contenedores, para el paso de la riqueza sobre ruedas que transita vadeando la pobreza. La incertidumbre fue más efectiva que la amenaza de desalojo o expropiación.


Al tiempo que el desarrollo iba llegando, casi que proporcionalmente, mecánicos y mecánicas, lavadores y lavadoras de vehículos, tenderos y tenderas, agregados y agregadas de fincas, y muchos etcéteras de actividades asociadas a la vía comenzaron su lenta diáspora que aún no termina, porque al poner en funcionamiento el túnel muchas personas que aún moran aferrados a la montaña quedaron incomunicadas, otras, al tener una vía de un solo sentido, verán mermados sus ingresos en un 50%.




En las placas conmemorativas inauguradas el mismo día de la apertura del túnel no hay menciones a los verdaderos sufrientes de la construcción. Sus voces fueron silenciadas por informes técnicos de la cantidad de metros construidos, de las toneladas de tierra removida o de los beneficios para los tantos y tantas que sólo pasan por allí para agradecer que ahora su viaje es más corto.

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